Empezar de nuevo..


Sólo deseo que nunca se borre su recuerdo... cambió toda mi vida.


Diciembre. La Inglaterra del siglo XIX. La vida no era nada fácil entonces. No era nada fácil para mí. Me dedicaba a vestirme de prostituta y a robar para sobrevivir. Claro que nunca ningún hombre llego a posar sus asquerosas manos sobre mí. Y de haberlo hecho, ya estaría muerto.

Se acercaba la navidad. Las calles estaban llenas de gente adinerada que compraba sus regalos. Un buen momento para salir de las calles de Whitechapel y buscar fortuna en plena ciudad. Londres estaba preciosa con sus capas de nieve, los niños jugando, las parejas paseando... un asco. Odiaba ver a la gente feliz con sus familias. Puede que sea porque perdí a la mía...

22 de Diciembre, recuerdo perfectamente que era por la tarde, de hecho, empezaba a oscurecer. Fue entonces cuando observé a un chico perfectamente arreglado con una chistera. Pero se notaba que no era precisamente un ricachón.. tal vez un mayordomo o algo similar. Una sonrisa se apoderó de mi rostro, el cual tapé pasándome la capucha por encima de la cabeza. Entonces vestía con una capa de terciopelo negra por encima de mis ropas habituales. Este a su vez observaba a un niño que hacía malabares con unas monedas. Lo había visto alguna vez, pero no solía hacerle caso. Pude ver que le decía algo, pero no supe qué. El chico de la chistera echó a andar de nuevo y comencé a seguirle.

Supuse que se dirigía a la casa de sus señores. Me mantuve tras de él, evitando el disimulo, pero sin llamar la atención. Entonces el viento quiso jugarme una mala pasada y atrajo su chistera hacia mí, haciendo también que se descubriera mi cara. Se giró para recoger su pertenencia y yo me quedé paralizada, sin nada que hacer o decir...

- Disculpe..

Pude oír eso salir de sus labios, pero tardé bastante en reaccionar. Cuando lo hice, ya se había echado a andar de nuevo, con la chistera en su cabeza. Murmuré mil maldiciones por mi despiste. Volví a colocar mi capucha sobre mi cabeza y a seguirle. Algo bueno tenía que salir de esta persecución.

Erré en mi suposición, puesto que se paró en el parque, sentándose en un banco. Resoplé sonoramente, tendría que cambiar mi plan. Me coloqué el escote descubriéndolo de la capa y eché atrás la capucha, decidida a sentarme a su lado. Al fin y al cabo, era un hombre.

- ¿Le importa que me siente aquí? - Le pregunté, tarde, ya me había sentado.
- En absoluto.. - Contestó sin a penas prestarme atención.

Pude observar que tenía un pequeño bloc de notas y escribía algo, muy concentrado. Sin pensarlo dos veces se lo arranqué de las manos y lo miré.

- ¿Qué es esto? - Pregunté curiosa.
- Es mío - Habló seria y fríamente, recuperándolo y volviendo a su tarea.
- Ya, pero.. ¿qué es? - Repetí.

Supe que quiso contestarme de mala gana, pero entonces el destino tuvo que volver a fastidiar mi plan. A duras penas me había dado cuenta de que el niño, algo extraño y exibicionista, que había visto hacer malabares en medio de la calle nos había seguido. No me había importado lo más mínimo hasta ahora...

- Eso, eso, ¿qué es? - Preguntó el niño, entrometiendo su cabeza entre las nuestras por detrás del banco.
- Nada que os incumba... -Contestó sin apartar la mirada del bloc.

Resoplé de nuevo. Tras lanzar una mirada asesina al niño volví a mirar al chico con mi mejor sonrisa.

- Y dime.. ¿cómo te llamas? -Pregunté fingiendo interés en él.
- Yo Luirhel - Contestó entonces el niño. Eso me había hecho enfadar más. Lo agarré por el cuello de la camisa, trayéndole hacia mí lo suficiente para susurrarle y que no me oyera el otro chico.
- Niño, no me estropees la tarde..

Le solté, suponiendo que nos dejaría en paz. Pobre de mí, ilusa que soy. Dio la vuelta al banco quedando frente a nosotros.

- ¿Sois novios? - Preguntó sin reparo alguno.
- ¿Qué? ¡Qué cosas dices, niño! - Dije algo más enfadada -. Es trabajo, entiendes...

No pude acordarme de bajar la voz con eso último. El chico me había lanzado una mirada antes de levantarse y echar a andar de nuevo. Me llevé una mano a la cabeza y me levanté siguiéndole. Claro que el niño venía detrás mía. ¡Qué remedio!